El horror silencioso del fentanilo no solo está cobrando la vida de jóvenes y adultos en las grandes ciudades; ahora también está destruyendo la inocencia de niños indígenas en Guerrero. La tragedia golpea comunidades vulnerables donde el narcotráfico ha encontrado una nueva estrategia para envenenar a las nuevas generaciones: disfrazar el fentanilo en dulces y golosinas para hacerlo accesible a los más pequeños.
El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan ha levantado la voz ante un fenómeno desgarrador: niños y adolescentes indígenas que han caído en las garras de esta droga mortal. Lugares como San Luis Acatlán, Iliatenco y Malinaltepec son ahora escenarios de sufrimiento, donde los narcotraficantes aprovechan la falta de oportunidades y el olvido institucional para sembrar muerte y desesperanza.
El golpe más devastador llegó cuando se conoció el caso de un estudiante de preparatoria en Tierra Colorada, quien perdió la vida por sobredosis de fentanilo. Otros dos compañeros lucharon por sobrevivir en un hospital tras consumir esta sustancia sin saber siquiera que lo estaban haciendo. Y como si esto no fuera suficientemente desgarrador, una niña de apenas cinco años falleció en Santa Cruz el Rincón tras consumir una gelatina contaminada. ¿Cómo es posible que los narcotraficantes hayan llegado al punto de camuflar el veneno en dulces que consumen los niños?
Este crimen despiadado deja ver la absoluta falta de escrúpulos de quienes trafican con la muerte. El fentanilo no solo destruye cuerpos, también destroza familias, comunidades y el futuro de generaciones completas. ¿Cuántos niños más tienen que morir para que las autoridades tomen medidas contundentes?
La vulnerabilidad de estas comunidades rurales es aprovechada sin piedad, y mientras el Estado permanece indiferente, los traficantes siguen lucrando con el dolor. Las organizaciones de derechos humanos han advertido que la situación está fuera de control y que urge implementar estrategias de protección a la infancia indígena.
El fentanilo mata. Mata sueños, mata esperanzas, mata futuros. Esta droga no discrimina y ha encontrado en la inocencia de los más pequeños una nueva víctima. La lucha contra el fentanilo debe intensificarse, y las comunidades indígenas no pueden ser abandonadas a su suerte.
Es momento de abrir los ojos y entender que el fentanilo no es solo un problema urbano, es una amenaza nacional que ya ha llegado a los rincones más desprotegidos del país. No hay tiempo que perder. La vida de nuestros niños está en juego.
