En las sombras de nuestra sociedad, una crisis silenciosa se cobra vidas sin distinción de edad, género o condición social. El fentanilo, un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más letal que la morfina, se ha convertido en el verdugo de miles de personas en todo el mundo. Lo más aterrador de esta droga no es solo su poder devastador, sino la impunidad con la que sigue circulando en las calles.

Recientemente, una noticia ha sacudido a la comunidad: un presunto vendedor de droga, cuya mercancía habría causado la muerte de una persona, aún no enfrenta cargos legales. Esto no es solo un fallo en el sistema de justicia, es un reflejo de cómo el fentanilo sigue esparciendo muerte sin que se tomen medidas urgentes para frenar su distribución.

El fentanilo fue desarrollado como un medicamento para tratar dolores intensos, especialmente en pacientes con enfermedades terminales. Sin embargo, su versión ilícita se ha convertido en un enemigo implacable. Una dosis tan pequeña como dos miligramos—equivalente a unos pocos granos de sal—puede ser suficiente para causar la muerte por sobredosis. Lo más peligroso de esta droga es que muchas veces las víctimas ni siquiera saben que la están consumiendo. Los traficantes la mezclan con otras sustancias, como cocaína, heroína o pastillas falsas de medicamentos recetados, para hacerlas más potentes y adictivas. Pero en esa mezcla, el margen de error es mínimo: una pastilla puede matar en cuestión de minutos.

El caso del presunto distribuidor de droga que sigue sin enfrentar consecuencias legales no es un hecho aislado. La falta de acciones contundentes contra quienes trafican con fentanilo permite que esta epidemia continúe expandiéndose. Cada minuto que pasa sin justicia es una oportunidad para que otra persona caiga en sus garras. Jóvenes, adultos, incluso adolescentes, están perdiendo la vida por consumir una dosis mínima de este veneno. No es una droga que da segundas oportunidades. No hay margen de error.

La lucha contra el fentanilo no puede depender solo de las autoridades. Como sociedad, es fundamental estar informados y alertas. Hablar con nuestros hijos, amigos y familiares sobre los peligros de esta droga puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Debemos dejar de pensar que esto solo les pasa a los demás. Cualquiera puede convertirse en víctima del fentanilo, incluso quienes jamás han consumido drogas de manera intencional. Una pastilla de dudosa procedencia, un consumo recreativo sin saber exactamente qué se está ingiriendo, pueden ser suficientes para que una vida se apague en cuestión de minutos.

El fentanilo no perdona. No da aviso, no distingue entre clases sociales, no deja espacio para la redención. Cada persona que pierde la vida a causa de esta droga es una tragedia que pudo haberse evitado. Es momento de exigir justicia, de endurecer las leyes, de frenar el tráfico de este veneno antes de que siga arrebatando más vidas. No podemos permitir que la impunidad siga favoreciendo a quienes lucran con la muerte.

Hoy es un desconocido. Mañana, podría ser alguien que amas.