No hay advertencia. No hay segundas oportunidades. El fentanilo, una droga 50 veces más potente que la heroína y 100 veces más letal que la morfina, destruye vidas antes de que la víctima siquiera se dé cuenta de lo que está pasando. No hay una sensación de alarma ni un síntoma previo que alerte a quien lo consume. En cuestión de minutos, la respiración se detiene. Originalmente aprobado para usos médicos en el tratamiento del dolor severo, el fentanilo se ha convertido en una de las drogas más mortales de la historia moderna. En Estados Unidos, más de 70 mil personas murieron en 2021 por sobredosis de opioides sintéticos, principalmente fentanilo. Estas cifras no son solo estadísticas, son vidas truncadas, familias destruidas y futuros que jamás se cumplirán.

El engaño mortal del «subidón»

El fentanilo actúa en el cerebro como otros opioides: se adhiere a los receptores encargados del dolor y las emociones, liberando dopamina y generando una euforia instantánea, una falsa sensación de calma que atrapa a quien lo prueba. Como con la cocaína, el primer uso puede provocar un subidón intenso, pero la adicción se desarrolla rápidamente. La segunda vez nunca es igual, y la persona cae en una espiral de aumento de dosis buscando esa sensación inicial que jamás regresa. Sin embargo, lo que hace que el fentanilo sea tan letal no es solo su adicción descontrolada, sino su efecto en la respiración. Mientras el cerebro experimenta placer, el tronco cerebral, encargado de la función respiratoria, deja de recibir señales para seguir funcionando.

Muerte en cuestión de minutos

Según un estudio del Hospital General de Massachusetts, afiliado a la Universidad de Harvard, el fentanilo detiene la respiración antes de que el usuario pierda la conciencia. Esto significa que las personas pueden estar despiertas, sin notar que están dejando de respirar. En apenas cuatro minutos, el cerebro sufre hipoxia y la muerte se vuelve inevitable. A diferencia de su uso en un entorno médico, donde los pacientes son intubados y asistidos para respirar, quienes consumen fentanilo fuera de un hospital no tienen esa protección. No hay margen de error, no hay forma de saber cuánto es demasiado. Las dosis en las calles varían, la droga suele estar mezclada con otras sustancias y cualquier mínima cantidad puede ser la última.

La trampa de una droga disfrazada

Muchos consumidores de drogas ni siquiera saben que están tomando fentanilo. Se vende mezclado con otras sustancias, como heroína, cocaína o metanfetamina, o prensado en píldoras falsas que imitan medicamentos recetados. Los traficantes lo hacen para potenciar la adicción, pero una sola dosis adulterada puede ser letal. En un mundo donde la crisis de opioides sigue cobrando vidas, algunos gobiernos han tomado medidas como la venta sin receta de naloxona, un fármaco que revierte los efectos de una sobredosis. Pero esta no es la solución definitiva. La única forma de evitar la muerte por fentanilo es no consumirlo.

El fentanilo no es una droga recreativa, es un arma química. No solo mata a quienes lo consumen, destruye familias, acaba con comunidades y deja a su paso un rastro de dolor y desesperación.
No es cuestión de si el fentanilo llegará a tu entorno. Es cuestión de cuándo. Y cuando lo haga, ¿estará tu familia preparada para enfrentar su amenaza?