Migrante del Mes

ENTREVISTA CON CRISTINA ALMARAZ

Por: Arely Escobar

Cristina Almaraz, migrante mexicana que ha pasado más de dos décadas en Estados Unidos, encarna la lucha y resiliencia de quienes buscan un mejor futuro lejos de su hogar. En esta entrevista exclusiva, comparte las dificultades, sacrificios y logros que han marcado su camino, revelando las profundas heridas y esperanzas que la sostienen. Su historia es un testimonio vivo de la fortaleza ante la adversidad.

Cristina Almaraz: Una Historia de Lucha y Esperanza

Cristina Almaraz nunca imaginó que su vida tomaría el rumbo que hoy la define. Hace más de 20 años, dejó México no por deseo, sino por necesidad. “Fue muy difícil porque me aventuraba a lo desconocido”, cuenta Cristina desde su hogar en Nueva York. Con voz firme pero cargada de nostalgia, recuerda la incertidumbre que la envolvió al dejar su tierra natal. “No sabía cómo era la vida aquí. Dejé a mi familia, mi hogar, todo lo que conocía. Fue algo totalmente incierto”.

Un Viaje Hacia lo Desconocido

Originaria de la Ciudad de México, Cristina creció en una familia numerosa y en condiciones de extrema pobreza. Su madre, que apenas sabía leer y escribir, se esforzaba por criar a sus nueve hijos, enfrentando la ausencia de su esposo. “Mi mamá luchó sola por nosotros. La vida era muy difícil”, rememora Cristina, añadiendo que la situación económica los forzaba a alquilar cuartos y a enfrentar innumerables carencias. Su infancia estuvo marcada por la escasez, no solo material sino también emocional. La ausencia de su padre dejó a su madre, una mujer fuerte pero sin recursos, la carga de criar sola a nueve hijos en un entorno que ofrecía pocas oportunidades. “Vivíamos en un cuarto pequeño, apenas había espacio para todos nosotros. Mi mamá hacía lo que podía, pero siempre faltaba algo”, recuerda Cristina, su voz cargada de una tristeza que el tiempo no ha logrado borrar.

La Decisión de Emigrar

La decisión de emigrar no fue fácil, pero las circunstancias la obligaron. “Cuando crucé la frontera traje conmigo a mis cuatro hijos. No podía pensar en regresar a México porque la situación allá era demasiado difícil”, explica Cristina. La falta de empleo, la encarecida vida diaria y las limitadas oportunidades en México la llevaron a tomar la decisión de cruzar a Estados Unidos, buscando no solo sobrevivir, sino darle un futuro más seguro a sus hijos.

Cristina narra con un nudo en la garganta el angustioso cruce de la frontera, una experiencia que aún hoy le provoca escalofríos. “Nos tocó caminar dos veces por el desierto”, recuerda. “La primera vez caminamos casi un día completo, agotados, con el sol quemándonos la piel y el miedo constante de no saber qué encontraríamos al otro lado. Pero nos atrapó la migración”. Detenida junto a sus cuatro pequeños, Cristina vivió horas de incertidumbre, sin saber si ese sería el fin de su sueño. “Nos metieron en un separo durante horas y yo solo pensaba en mis hijos, que no tenían nada que comer. La migración nos dio jugos y galletas, pero fue una experiencia desgarradora porque no sabíamos qué iba a pasar con nosotros”.

Esa misma noche, tras ser deportados a la frontera, Cristina y sus hijos volvieron a intentar cruzar. “Caminamos toda la noche nuevamente. Cruzamos por debajo de las vías del tren y nos escondimos en un taller de autos abandonados, tratando de mantener al bebé en silencio para no ser descubiertos”. Finalmente, lograron llegar a Tucson, Arizona, donde fueron recogidos y llevados a Nueva York, el destino final que había planeado con el padre de sus hijos. “Cuando llegamos a Nueva York, creí que lo peor había pasado, pero estaba equivocada”, confiesa Cristina. “La ciudad era enorme, las calles eran como laberintos, todo en inglés… Me sentí perdida, como si hubiera llegado a otro planeta”.

La Llegada a Nueva York: Un Desafío Constante

Pero la pesadilla no terminó cuando pisó la “Gran Manzana”. Tan solo unos días después, se enfermó y recuerda con angustia su primera visita al hospital: “El calor durante el trayecto desde México, que incluyó pasar por el desierto, me reventó los oídos, pero lo peor fue no saber cómo explicarle al doctor lo que me pasaba; apenas hablaba inglés”. Tras horas de espera en una sala fría y ajena, los cinco minutos de consulta se transformaron en una factura impagable de 300 dólares. “Casi me desplomo al ver el cobro. Sentí una impotencia tan grande… ¿Cómo iba a pagarlo? Y encima tenía un hijo enfermo y no sabía cómo conseguir sus medicamentos. Fue un golpe durísimo, de esos que te dejan sin aire, sin esperanza”.

Adaptarse a Nueva York fue todo un desafío para Cristina. Desde el idioma hasta la cultura, todo era nuevo y desconcertante. “Llegamos a un lugar totalmente desconocido. No sabíamos nada y enfrentábamos todo desde cero”, dice. La barrera del idioma fue particularmente difícil. “Perdí tres trabajos por no saber inglés”, por lo que buscó una escuela que de manera gratuita le enseñara lo más esencial del idioma. Tres horas cada sábado bastaron para que ella, con sus deseos de salir adelante, encontrara mejores opciones.

Mientras lo conseguía, nada la detuvo. Se levantaba de madrugada para buscar botellas tiradas en la calle y así ganarse unos centavos. “Me puse a reciclar botellas. Esa fue la primera manera en que pude ganar algo de dinero para comprar comida y pagar la renta”, relata. Era un trabajo agotador, pero Cristina sabía que no tenía otra opción. “Había días en los que apenas podía caminar de tanto dolor en los pies, pero no podía darme el lujo de descansar. Mis hijos dependían de mí”.

El Peso de la Discriminación

A lo largo de los años, Cristina ha sentido en carne propia el peso de la discriminación. “Desde que te ven que eres hispano te miran diferente”, confiesa con una mezcla de dolor y resignación. “Una vez, en un restaurante, nos ignoraron por completo. No nos querían atender solo por ser mexicanos”. A pesar de estas experiencias que laceran el alma, Cristina ha mantenido firme su convicción de ofrecerles a sus hijos un futuro mejor, aunque en el fondo de su corazón, nunca ha dejado de añorar el día en que pueda regresar a su México querido, donde espera algún día encontrar la paz que tanto anhela.

La discriminación en Estados Unidos no solo se limitó a los restaurantes. Cristina la vivió en los supermercados, en los hospitales y hasta en las calles. “Recuerdo que una vez, en un supermercado, una mujer me empujó con el carrito de compras y me dijo que regresara a mi país”, cuenta. “Fue uno de los momentos más humillantes de mi vida, pero aprendí a mantener la cabeza en alto porque sabía que estaba haciendo lo correcto para mi familia”.

La Fortaleza en los Momentos Más Oscuros

A pesar de todos los obstáculos, Cristina nunca dejó de luchar. “Hubo días en los que no tenía ni un centavo para comprar comida para mis hijos”, recuerda. “Pero nunca dejé que me venciera la desesperación. Salía a las calles con un carrito para recoger botellas y latas, y aunque la gente me miraba con desprecio, yo solo pensaba en mis hijos, en darles lo que necesitaban. Esa era mi motivación diaria”. A veces, la vida en Estados Unidos parecía una batalla interminable. Las mañanas empezaban temprano y las noches terminaban tarde, con Cristina trabajando en múltiples empleos, siempre tratando de hacer lo mejor para su familia. “He trabajado en todo lo que te puedas imaginar: limpiando casas, cuidando niños, ancianos, reciclando botellas. Todo para enfrentar los gastos diarios y pagar la deuda que adquirimos para venir aquí”, explica. Sin embargo, el costo emocional ha sido enorme. “La soledad es algo con lo que uno tiene que vivir aquí. Te enfermas y no tienes a nadie. Aquí la vida es muy dura”.

Cristina también enfrentó desafíos al criar a sus hijos en un país extranjero. “Mis hijos tuvieron que aprender inglés rápidamente, y yo no podía ayudarlos con sus tareas. Me sentía impotente, pero sabía que tenía que ser fuerte por ellos”, dice. El sistema educativo en Estados Unidos fue un reto, pero Cristina se aseguró de que sus hijos nunca faltaran a la escuela. “Les decía que la educación era su única salida, que debían aprovechar cada oportunidad porque yo no había tenido esas mismas oportunidades en México”.

El Anhelo de Regresar a México

El deseo de regresar a México nunca ha abandonado a Cristina. “Sueño con el día en que pueda caminar por las calles de mi barrio, sentir el calor del sol en mi piel y escuchar el español en cada esquina”, dice Cristina, sus ojos brillando con la esperanza de un futuro mejor. “Sé que México no es perfecto, pero es mi hogar. Aquí siempre seré una extraña, pero allá… allá soy alguien. Allá tengo una historia, una vida, una familia”. A medida que pasan los años, ese anhelo se ha convertido en una constante, un sueño que se alimenta cada vez más con la esperanza de que, algún día, las circunstancias le permitan volver a su país natal. “Quiero regresar a México”, afirma, su voz llena de determinación. “Quiero volver a mi tierra, donde mi corazón nunca dejó de estar”.

El deseo de regresar no es solo una fantasía para Cristina, es una necesidad. “Aquí, siempre seré una inmigrante, una extranjera. Pero en México, soy Cristina, la hija de Doña María del Carmen, la hermana de Antonio, la tía de Nancy. Allá, tengo una identidad que aquí nunca tendré”, reflexiona. La idea de reencontrarse con su familia, de reconectar con sus raíces, es lo que la ha mantenido firme durante todos estos años. “Me he perdido muchos momentos importantes, he visto a mis sobrinos crecer a través de fotos y videos. Es hora de volver, de recuperar el tiempo perdido”.

Una Nueva Esperanza

Cristina, como muchos otros migrantes, ha seguido de cerca la evolución política de su país. La visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos en 2021 fue un momento que la marcó profundamente. “Fue una emoción muy grande ver a alguien que realmente se interesa por los pobres, que está tratando de sacar adelante a México”, comenta. Para Cristina, el México de hoy es radicalmente diferente al de hace 20 años y ve con esperanza los cambios que han beneficiado a su familia y a muchos otros en su país. “Cuando escuché que el presidente iba a venir a Nueva York, sentí una mezcla de orgullo y nostalgia. Orgullo porque al fin sentía que mi país estaba en buenas manos, y nostalgia porque me recordó todo lo que había dejado atrás”, cuenta. La visita del presidente renovó su esperanza en un futuro mejor, no solo para ella, sino para todos los mexicanos que, como ella, habían tenido que abandonar su país en busca de un mejor futuro.

Después de más de dos décadas en Estados Unidos, Cristina está decidida a regresar a México. “Yo amo mi país y aunque no será un paraíso, sé que podré vivir de una manera más estable allá”, afirma. Para ella, estar en su tierra, rodeada de su cultura y su gente, es un sueño que finalmente está a su alcance. “Aquí siempre serás visto como diferente, no importa lo que logres. En México estaré en mi lugar y eso no tiene precio”. Cristina está convencida de que, con la llegada de la Dra. Claudia Sheinbaum, las oportunidades en México seguirán creciendo. “Tengo fe en que México está cambiando para bien, y quiero ser parte de ese cambio”, dice con determinación.

Cristina Almaraz es un testimonio viviente de la fortaleza y la determinación que caracterizan a los migrantes. Su historia, marcada por el sacrificio y la resiliencia, refleja las complejidades de la vida en el extranjero, lejos de casa, y la inquebrantable conexión con su país de origen. Con la llegada de la Dra. Claudia Sheinbaum, tiene la esperanza de su pronto regreso. Quiere dejar atrás una vida de luchas en Estados Unidos para reencontrarse con sus raíces y escribir un nuevo capítulo en México, el lugar que siempre ha sido su verdadero hogar.